Velazquez y las Hilanderas o La Fábula de Aracné

¿Es el Museo Del Prado un alivio en el torbellino de la capital? . Sin duda una compensación a los muchos inconvenientes de esta ciudad. Entre sus paredes se muestra algo mucho más valioso que en el presuntuoso edificio cercano, el majestuoso Banco de España, en el que tan solo se custodia ladrillos de oro, metal que curiosamente controla el mundo, y gobierna a muchos de sus residentes, sin utilidad alguna conocida como no sea la de poder reflejarnos en su brillo y contemplar nuestra codiciosa y absurda existencia .

Callejeando una y otra vez por las salas de la Catedral del Arte, la mejor pinacoteca del planeta, !!si , en el centro de Madrid !! , siendo yo muy joven y sin grandes conocimientos de pintura siempre me llamó la atención uno de los artistas: Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. Tiempo después, pero con los mismos escasos conocimientos, puedo comprender porqué. Y entre toda su obra:













La pintó Velázquez en 1657. Es la culminación de su inmenso talento, el mayor que ha dado la pintura según dicen los que entienden, tres años antes de morir en 1660. En ella, más allá de las distintas teorías sobre el simbolismo mitológico que representa, están algunos de las cualidades que han hecho de Velázquez mi pintor favorito.

En primer lugar la temática, fue de los primeros que en esa época, no nos olvidemos siglo XVII, fue distanciándose de los temas religiosos, lo que demuestra una independencia y un carácter inusual. Su profunda mirada se posa por igual en reyes que en enanos, en papas que en plebeyos. Siempre con asombrosa naturalidad, sin estridencias, con esa capacidad para penetrar en la insondable psicología de los retratados. En este cuadro, que no fue pintado para el rey, fija su retina en las tejedoras, frente a las damas de alta sociedad, que en el fondo observan los tapices. Convierte lo hasta entonces secundario, en principal, otro rasgo de su genialidad. La composición es sencillamente soberbia. La fuerza del encuadre, el dominio magistral de la perspectiva, la sensación de movimiento, el juego de luces y la extensa gama cromática, de una riqueza insuperable, la dirección de las miradas tanto en primer plano como la de la dama del fondo que mira la escena. El pintor configura una atmósfera tenue y de una delicadeza exquisita .Todo ello realzado por su característica pincelada sutil y vaporosa. Como si no le costara esfuerzo plasmar en el lienzo sus extraordinarias obras maestras.

A Velázquez únicamente le podemos censurar que estuviera más preocupado por ascender en su posición en la corte que por su obra. Pinto poco, no superan actualmente la centena las pinturas que se le atribuyen, pero ninguna puede considerarse obra menor. Pues como dijo Eugenio D`Ors “Pintar lo que se dice pintar, jamás pudo hacerse mejor”